sábado, 4 de marzo de 2017

ROMANCEROS VIEJOS



El Romancero viejo

 Denominamos Romancero viejo al gran conjunto de romances que se cantaban por los juglares y por el pueblo desde mediados o finales del siglo XIV, y a lo largo de todo el siglo XV. Es una poesía de tradición oral y de carácter narrativo donde el autor a veces  expresaba sus sentimientos. Los romances son poemas épico-líricos breves que se cantaban al son de un instrumento, donde la gente no tenía la necesidad de tener una preparación intelectual para llegar a comprender los romances ya que se suponía que lo hacían para que todo el mundo lo pudiera entender.









-Moro alcaide, moro alcaide,



el de la barba vellida,



el rey os manda prender



porque Alhama era perdida.



-Si el rey me manda prender
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porque Alhama se perdía,



el rey lo puede hacer,



mas yo nada le debía,



porque yo era ido a Ronda



a bodas de una mi prima;
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yo dejé cobro en Alhama



el mejor que yo podía.



Si el rey perdió su ciudad,



yo perdí cuanto tenía:



perdí mi mujer y hijos,
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las cosas que más quería.




¡Ay, Dios, qué buen caballero
el Maestre de Calatrava!
¡Qué bien que corre los moros
por la vega de Granada,
dende la puerta de Quiros
hasta la Sierra Nevada!
Trecientos comendadores,
todos de cruz colorada
dende la puerta de Quiros
les va arrojando la lanza.
Las puertas eran de pino,
de banda a banda les pasa:
tres moricos dejó muertos
de los buenos de Granada,
que el uno ha nombre Alanese,
el otro agameser se llama,
el otro ha nombre Gonzalo,
hijo de la renegada.
Sabido lo ha Albayaldos
en un paso que guardaba

 

















Yo me era mora Moraima,



morilla de un bel catar,



cristiano vino a mi puerta,



cuitada, por me engañar;



hablóme en algarabía,
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como aquel que la bien sabe:



-Ábreme las puertas, mora,



sí Alá te guarde de mal.



-¿Cómo te abriré, mezquina,



que no sé quién te serás?
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-Yo soy el moro Mazote,



hermano de la tu madre,



que un cristiano dejó muerto,



tras mí venía el alcalde.



Si no me abres tú, mi vida,
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aquí me verás matar.



Cuando esto oí, cuitada,



comencéme a levantar,



vistiérame una almejía



no hallando mi brial,
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fuérame para la puerta



y abrila de par en par.












  ¡Abenámar, Abenámar,



moro de la morería,


el día que tú naciste


grandes señales había!


Estaba la mar en calma,
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la luna estaba crecida:


moro que en tal signo nace:


no debe decir mentira.


Allí respondiera el moro,


bien oiréis lo que decía:
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-Yo te la diré, señor,


aunque me cueste la vida,


porque soy hijo de un moro


y una cristiana cautiva;


siendo yo niño y muchacho
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mi madre me lo decía:


que mentira no dijese,


que era grande villanía;


por tanto pregunta, rey,


que la verdad te diría.
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-Yo te agradezco, Abenámar,


aquesa tu cortesía.


¿Qué castillos son aquéllos?


¡Altos son y relucían!


-El Alhambra era, señor,
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y la otra la mezquita,


los otros los Alixares,


labrados a maravilla.


El moro que los labraba


cien doblas ganaba al día,
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y el día que no los labra,


otras tantas se perdía.


El otro es Generalife,


huerta que par no tenía.


El otro Torres Bermejas,
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castillo de gran valía.


Allí habló el rey don Juan,


bien oiréis lo que decía:


-Si tú quisieses, Granada,


contigo me casaría;
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darete en arras y dote


a Córdoba y a Sevilla.


-Casada soy, rey don Juan,


casada soy, que no viuda;


el moro que a mí me tiene
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muy grande bien me quería.
































































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